Las marcas crean música porque se convierten en artefactos cool cuando absorben los significados del pop y del rock. Lo cierto es que la relación entre la música y la publicidad se remonta hasta principios del siglo XX.
Algunos de los grandes programas musicales de la radio de los años veinte fueron realizados por agencias de publicidad como Walter Thompson y producidos por marcas como Palmolive, Vick’s Vapo-rub Quartet, Lucky Strike Orchestra… Entonces se estaban desarrollando los formatos publicitarios en la radio y en la actualidad las marcas producen música, o mejor dicho, musicidad porque la audiencia rechaza la publicidad tradicional.
En cualquier caso, las marcas se apropian del valor simbólico de la música porque es una manifestación estética que emociona, significa, seduce, comunica y crea identidad. La música es el vehículo de conexión de las marcas con los usuarios.
Las marcas seducen y persuaden a través de la música, que es un lenguaje mucho más polisémico. Internet desestabilizó el sector discográfico y esto provocó que los músicos vieran en las marcas una alternativa para la difusión de la música. Esta asociación entre la música y la publicidad, que a priori puede parece simbiótica, es parasitaria si las marcas condicionan la creatividad de los músicos.
Actualmente, las marcas apoyan mayoritariamente los géneros musicales más comerciales como el pop y rock alternativo y a los artistas consagrados. Además, las marcas no pueden evitar la transmisión de su ideología a través de la música producida. Yo soy optimista y creo que se puede alcanzar un equilibrio sin condicionar la creatividad. Ahora bien, las marcas deberían comprender que si condicionan a los artistas el producto resultante no será música, sino musicidad y tarde o temprano los usuarios rechazaran la publicidad, ya sea manifiesta u oculta.