Uno de nuestros innovadores sociales es un joven asturiano teleco, Miguel Luengo. Se dio cuenta de la cantidad de horas muertas que pasamos con los videojuegos y pensó en buscar una fórmula que permitiera a las personas ayudar jugando. Su proyecto fue premiado por el MIT, Massachusetts Institute of Technology, y es sólo el primer concepto de una nueva visión que busca diagnosticar enfermedades on-line.
Otro caso. En Dublín, un chaval de dieciseis años, James Whelton, se dio cuenta de que su pasión por la programación le convertía en un pequeño friki, y esto hacía que sus compañeros le vieran como un bicho raro, lo cual es bastante curioso, sobre todo si tenemos en cuenta que la programación va a ser esencial en el futuro.
Whelton decidió hacer algo, y así fue como nació CoderDojo, un movimiento que a día de hoy se ha convertido en una red mundial de clubes de programación gratuitos para jóvenes. Se trata de una iniciativa de voluntariado sin ánimo de lucro y sin ningún fin comercial, donde el único objetivo es que los niños aprendan programación. En Madrid, estos talleres se celebran en Medialab-Prado y tienen una larga lista de espera.
La tecnología hace posible estos cambios, pero la clave del cambio reside en la empatía, porque la empatía es la que nos permite darnos cuenta de una determinada realidad.