Después de dieciséis años trabajando en PRISA, me di cuenta de que las revistas no eran un sector donde ellos fueran a jugarse el todo por el todo, y a mí, que soy muy pasional, aquello me entristecía.
Éramos buenos haciendo tele, radio y prensa, pero a nivel de revistas no. Ésa fue una de las motivaciones. La otra la comparto, sobre todo por si le sirve a alguien más. Pensé: si me tocaran una porrada de millones en la lotería, ¿qué haría pasado mañana? No tardé ni un segundo en decirme a mí mismo: probar a ser editor.
El único problema es que no tenía dinero. Había oído a mucha gente decir que en el mundo hay un montón de dinero, lo que faltan son ideas, así que hice otra abstracción: ¿Qué es el dinero? Una moneda de cambio que adquiere valor por consenso. Me puse a estudiar el mercado: ¿Qué hay fuera de España que no hay aquí? ¿Qué podría hacer yo bien? Pensé en Esquire y me fui a Nueva York, mi ciudad favorita, a reunirme con su editor. No se lo dije a nadie, porque pensé que, lógicamente, me dirían que no.
Hablé sin rodeos: “No soy editor, no tengo dinero, pero si llevamos Esquire a España, yo esto lo sé hacer”. En Hearst me dijeron que ellos tenían dos tipos de socios en el mundo: las editoriales como Mondadori, y los entrepreneurs como yo.
“Pero falta el dinero”, les dije: "¿Lo ponéis vosotros?” “Nosotros no ponemos dinero”, matizaron. Y ahí fue cuando empezamos a buscarlo. Es el sueño americano. No sé si pasa en toda América, pero pasa en Nueva York, una ciudad sin prejuicios, ultracompetitiva.